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A veces comemos por aburrimiento, por tristeza, por estrés o ansiedad. Es lo que se conoce como hambre emocional, que nos empuja a comer al confundir los sentimientos con el apetito sin ser conscientes de ello.
Como su nombre indica, el hambre emocional es un trastorno alimentario que está muy relacionado con las emociones y los sentimientos que experimentamos. Así, de manera repentina, podemos sentir una enorme necesidad de comer, pero ni siquiera sabemos el qué ni el porqué de esa urgencia. Luego, una vez que nos saciamos con lo primero que encontramos a nuestro alcance, podemos acabar experimentando un sentimiento de culpa porque eso que hemos consumido no ha satisfecho nuestras necesidades, que efectivamente eran de otro tipo. ¿Qué consecuencias tiene este desorden alimentario? ¿A quién afecta? ¿Podemos controlarlo?
El hambre emocional, también conocido como ingesta emocional, es un trastorno de la alimentación que, según Elia Frías Moreno, psicóloga experta en nutrición y fundadora de Globalpsique, hace referencia a “una conducta inadaptada y desequilibrada motivada básicamente por factores psicológicos, biológicos y familiares”.
En virtud de esta conducta, la relación funcional que todos mantenemos con la comida deja de serlo, convirtiendo a ésta (o a determinados alimentos), en “un refuerzo positivo a corto plazo, con el fin desesperado de mejorar un bajo estado de ánimo”.
De esta manera, los atracones de comida se convierten en una herramienta fácil para aliviar a corto plazo la tristeza, el estrés, la ansiedad o el aburrimiento, “pero a medio y largo plazo, provocan un aumento de sentimientos negativos, de forma que se recurre a la comida como consuelo, para intentar controlar el estado de ánimo y sentirse mejor”. Entramos así en un círculo vicioso del que pude ser complicado salir sin la ayuda de un especialista.
La diferencia fundamental con el hambre físico es que éste llega de forma gradual (poco a poco vamos sintiendo la necesidad de comer), mientras que el hambre emocional llega de forma repentina, sin avisar, y necesita ser satisfecha de forma rápida, generalmente con productos muy específicos y normalmente poco saludables, de ahí en parte los sentimientos de culpa posteriores. Como explica Elia Frías, “antes de comer aparece la ansiedad, lo que provoca una falta de autoconsciencia en el momento de comer”.
La comida como falso consuelo emocional
Según la especialista, “la evasión y la rapidez al comer” generan una sensación de falso bienestar a muy corto plazo: “Por decirlo metafóricamente, aquello que nos provoca ansiedad funciona como el pedal del acelerador de un coche de rally. La ansiedad pisa a fondo el pedal y la sensación de velocidad es la comida, hasta que llega un momento en que el coche va demasiado rápido y es imposible de controlar”.
¿Y la felicidad, puede ser también causa o desencadenante del hambre emocional? Para Elia Frías sería un concepto diferente, ya que cuando sentimos una felicidad intensa o euforia “podemos perder el control momentáneamente e ingerir aquellos alimentos que quizás no nos convienen mucho de forma impulsiva”, como puede darse en el caso de celebraciones familiares o con amigos. Sin embargo, la diferencia radica precisamente en el sentimiento que dispara este comportamiento: “Cuando se está celebrando algo, el sentimiento que subyace siempre es positivo. Normalmente cuando comemos de más por un sentimiento de euforia no estamos solos, suele haber otras personas con nosotros y nos sentimos felices de poder compartir. Lo que dispara el hambre emocional es siempre un sentimiento negativo y, generalmente, la conducta se da en solitario. La persona utiliza la comida para sentirse mejor, como consuelo a un vacío emocional”.